El coche se detiene frente a la verja de un edificio rodeado de un alto muro de ladrillo revestido con yeso y pintura de color canela, a orillas de la carretera que une Santurtzi con Zierbena, la frontera donde termina el reinado de la Tejedora y su gran ciudad, y comienzan los territorios de Gaia, con sus zonas rurales. Desgraciadamente, también puedes ver que las zonas rurales se ven salpicadas por la industria, como el gran puerto de Santurtzi que puedes ver a tu derecha desde las alturas como si estuvieras en un gran mirador natural. Parece un inmenso mar de cemento cubierto de contenedores, gruas y vehiculos, chocando con el inmenso mar azul que se ilumina por los brillos de los últimos rayos de un sol que se apaga ante tus ojos.
Has venido todo el trayecto en el asiento del copiloto de un antiguo automóvil gris de la casa Mercedes, que hace unos veinte años debía ser de los más lujosos, pero que ahora no es más que una antigüedad no muy mal conservada. Itziar ha conducido todo el trayecto, mientras Julián permanecía en el asiento trasero en una actitud nerviosa que te desconcertaba, mirando por ambas ventanillas y por la luna trasera constantemente. Ambos jóvenes parecían reacios a mantener conversación, de modo que has respetado su silencio.
Un guardia gordinflón de cabeza rapada y cara de pocos amigos os abre la verja, de modo que entráis en el coche y lo dejáis junto a la casa en una plaza reservada. Los dos jóvenes te invitan a acompañarles al interior, a través de una puerta sobre la que un cartel luminoso luce el nombe del local:
Club Eva.
En el interior ves la escena que temías. En un ambiente de bar hortera lleno de luces de neón rojas y azules, bajo una elevada música latina que mezcla la
bachata con el
reggaetton, varios hombres pasan el tiempo tomando unas copas en compañía de mujeres que tratan de excitarlos lo suficiente como para que estén dispuestos a pagar por mantener relaciones sexuales con ellas. Los proxenetas o los matones que trabajan para ellos, se apostan en los rincones asegurándose de que todo esté en orden y que las mujeres se esfuerzan lo suficente.
Mientras Julián se separa de vosotros sin despedirse, para acercarse a una de las chicas, Itziar te guía por una puerta lateral, alejándoos del barullo por un largo pasillo con puertas cerradas a ambos lados. Ascendéis por una estrecha escalera que os lleva a un nuevo pasillo, éste mucho más corto y con tan solo tres puertas. Itziar golpea la puerta de la derecha con los nudillos y abre sin esperar respuesta. La sigues.
Entráis a una habitación cuadrada, decorada como un despacho sencillo y poco iluminado, con una ventana al frente, una mesa de nogal con un sillón reclinable y dos cómodos asientos frente a ella. Una alfombra con aspecto de ser persa cubre la mayor parte del suelo de madera. Nada decora las paredes, lo que acrecenta la sensación de cerramiento del lugar.
De repente, el sillón reclinable se da la vueta, y una mujer revela su presencia. Entre sus largos mechones de pelo negro como la noche, fino y liso, y geométricamente cortado, se dibuja un rostro bello, sensual y exótico como hacía mucho que no veías. Un rostro de proporciones ideales, con los ojos pintados en un negro fuertemente contrastado y unos labios carnosos con un carmín brillante de jugoso rosa, todo sobre una piel fina de tez oscura sin alcanzar los tonos de la raza negra. Un par de gruesos aros brotan de entre sus cabellos, decorando aún más la belleza de una mujer cuyo cuerpo tampoco tiene nada que envidiar, a pesar de estar vestida de manera sencilla con unos pantalones vaqueros y una camiseta ajustada rosa con lentejuelas, que se transparenta ligeramente en función de la luz, dejando ver un sujetador oscuro bajo ella.
- Oh, bien, señor Basi... Ha llegado. No le esperaba tan pronto. Tome asiento, por favor.
Itziar abandona la sala, a tu espalda.
- Creo que tenemos negocios de que hablar. Y no soy tan altruista como mi amiga Lola al ofrecer mi ayuda...