Rafael Noche 4 Escena 2

Desciendes las escaleras del pequeño hotelito, acercándote con desprecio al recepcionista que guarda la entrada durante las -para él- largas horas nocturnas. Es un hombre de avanzada edad, calvo y con barba.

• Disculpe ¿Podría decirme dónde puedo encontrar una farmacia abierta?
  

El hombre, que se encontaba leyendo un libro de bolsillo, te mira por encima de sus gafas de montura de pasta y deja el libro sobre la mesa de recepción, pensando visiblemente con la mano en su espesa barba cana.

• Creo que tiene una en la calle contigua, subiendo las escaleras que hay según sale a la derecha, y girando otra vez hacia la derecha. Me parece que esta noche es esa la que está de guardia.
  
  

Siguiendo las instrucciones del "barril", sales a la calle. Una brisa fresca activa tu circulación y te ayuda a aclarar las ideas. Sabías que la misión que te encomendara alguien tan importante en Madrid era de difícil cumplimiento, pero ni en tus peores estimaciones preveías resultados como éstos. Realmente no habéis hecho nada de cuanto se os encomedó, y de los cinco Sabbat que salisteis de Madrid ya solo quedáis dos, y no sabes hasta qué punto puedes confiar en las aptitudes de May para lo que os queda por delante.

No has llegado a doblar la esquina y ascender las escaleras, cuando un hombre llama poderosamente tu atención. Está apoyado en un caro Mercedes negro, de los de más alta y elegante gama, y viste con un traje gris confeccionado con algún tipo de tejido sintético con brillo. Tiene la cabeza rapada y un aro en la oreja derecha.

Y no te quita ojo.

• Bonita noche ¿Verdad?
  

Te detienes, asegurándote de que te habla a tí. No hay nadie más en la calle, de modo que debe ser así. Te limitas a asentir.

• La brisa del Cantábrico hace que las noches de Bilbao sean especiales. Sobre todo para aquellos que vienen de la capital.
  

Te tensas instantáneamente ¿Quién es este tipo? ¿Como sabe de donde vienes? Mietras tú te vs agobiad por tales pensamientos, una sonrisa de suficiencia es todo lo que muestra su rostro.

• Verá... no me andaré con rodeos, por mi propia seguridad. Es usted un hombre peligroso, y yo trabajo para otro hombre peligroso. De echo, tengo entendido que son ustedes algo así como hermanos, al menos en el sentido figurado. Y ese hombre quisera gozar del placer de su compañía esta noche.
  

Tu evidente escrutinio desafiante es soportado por el desconocido con tensa calma. Sientes como todo su cuerpo irradia tranquilidad, a pesar de que notas pequeños signos de nerviosismo bien disimulado. Parece humano, al fin y al cabo, pero aguanta la presión muchísimo mejor que los humanos que has conocido hasta ahora. Incluso te aguanta la mirada durante un momento, aunque finalmente la aparta tratando de simular que recorre visualmente la calle en busca de posible presencia indeseada.

En cierto sentido, aún tratas de decidir si ha pasado tu inspección o no, pero decides introducirte en el coche y "seguirle el juego", al menos de momento. Vayáis donde vayáis, tendrás tiempo para interrogarle en el coche y ganar información en que apoyar tu decisión. El tipo aún no ha salvado el pellejo.

Entras al auto y te acomodas. Es un coche cómodo, de asientos mullidos con tapicería suave y espacio suficiente para llevar las piernas sueltas, sin agobios. No como viajar en una vieja furgoneta con toda tu manada. El desconocido se sienta en la posición del conductor, ajusta el retrovisor y arranca el motor con un leve ronroneo, encendiendo las luces antes de comenzar la marcha.

Te das cuenta de que ni siquiera se ha presentado. Si es un ghoul, está bien adiestrado. A ningún vampiro debería importarle el nombre de un siervo ajeno.