Hikaru Noche 4 Escena 2 (Bar Manolo)

Tras haber cruzado el Puente Colgante de Portugalete, una magnífica obra de ingeniería con cierto aire a la famosa Torre Eiffel de Paris mediante la que una barquilla sujeta mediante gruesos cables metálicos a una pasarela con rieles transporta a personas y vehículos de una margen del Nervión a la otra, llegas a Las Arenas. Allí tomas el Metro, con el que, en apenas diez minutos, llegas al barrio indicado.

Se trata de un barrio eminentemente humilde, de edificios bajos de apenas cuatro plantas, en un cierto grado de abandono y degradación. Algunos de los edificios amenazan incluso cierta inseguridad en sus estructuras. También hay varios talleres, bares “de mala muerte” y pabellones industriales de poca importancia.

No te cuesta mucho encontrar el bar. “Bar Manolo” –poco original el nombre-, se encuentra justo en la esquina de un viejo edificio, entre una calle que parece la carretera principal, aunque nulamente transitada, y una estrecha callejuela que lleva a un abandonado frontón. La carretera, te fijas, lleva a un aparcamiento que se encuentra prácticamente en un descampado, y continúa hacia una gran rotonda desde done puede llegarse a otro barrio o a la carretera que bordea la ría del Nervión.

Un primer vistazo desde la entrada te da un cierto remilgo de entrar. Es un lugar oscuro, lleno de humo y con escasa limpieza. Las paredes están mal pintadas en blanco, ahora amarillentas y desconchadas, cubiertas con multitud de folclóricas baldosas con refranes populares del estilo “El que paga descansa, pero el que cobra, descansa más”. Una pequeña barra a la derecha esconde al camarero, al que ni siquiera ves por culpa de una incomoda columna que se aposta en medio del local. A la izquierda, un par de mesas baratas y viejas mantienen las partidas de cartas con las que algunos señores bastante mayores se entretienen entre vasos de vino. Al fondo, un par de puertas desvencijadas llevan a unos baños que no te atreves ni a imaginar.

Entras en el local fingiendo encontrarte algo perdida, fijando tu mirada en los numerosos folklorismos del lugar para que no se note que en realidad lo que llama tu atención es la gran suciedad del lugar. Te diriges a la barra y descubres que, quien se ocultaba tras la columna tan estrategicamente mal situada, es precisamente Manolo. El hombre te mira con una mezcla de alegría, alivio y disimulo. Pasa un paño húmedo sobre la barra para dejar bien aseada la zona frente a la que parece que vas a sentarte, y con gran nerviosismo te pregunta que quieres tomar.

• Esto..... hola, ¿es un tipico sitio para comer de la ciudad?
  

• Si, si... Damos comidas, si. ¿Algo típico? Bueno, hoy tenemos bacalao al pil pil, muy rico, si. ¿Quiere comer ahora o va a tomar algo primero? ¿Un te?
  

• Yo tomaré un poco de ese te, Manolo-San.
  

Ambos os giráis hacia la puerta. Quién ha pronunciado las palabras es un hombre mayor, japones como tú, o como mínimo oriental. Su incipiente calva es rodeada por blancos cabellos que combinan con su bigote y perilla de igual color. Es un hombe de baja estatura, casi idéntica a la de Manolo. Su mirada viaja de Manolo a tí, y de nuevo a Manolo, con una viveza impropia de su edad aparente, rondando la sesentena. Viste con ropas normales, un pantalón negro de pinza, una camisa blanca y una chaqueta beige. Parece un hombre corriente, de lo más corriente, de hecho. Y eso pensarías de él si no lo conocieras.

Es Henshi Amata, tu Sempai.


Hensi toma asiento a tu lado, apoyando las manos unidas sobre la barra. Manolo os deja solos mientras calienta algo de agua para servir un par de tazas de te. Tu Sempai mantiene la mirada en el pequeño camarero. En ocasiones te preguntas que edad tendrá realmente tu maestro, pues es sabido que la longevidad de los Kitsune se multiplica cuanto mayor es su comprensión del "Camino del Medio". Por lo que sabes, este hombre podría tener quinientos años de edad tranquilamente.

• #Veo que has venido#
  

Ni siquiera te mira al pronunciar las palabras en vuestro japonés natal.

• #¿Qué opinas de Manolo y sus "problemas"? ¿Crees que estás preparada para ayudarle? ¿Que te dice tu espíritu?#
  

Algo en el rictus de tu Sempai te hace pensar que no ha sido la respuesta que él esperaba. No es que haya mostrado una gran expresividad, y la inmensa mayoría de gente no notaría la diferencia, pero conoces a tu maestro y sabes cuando le has decepcionado. Es curioso cómo se muestra perfectamente adaptado a los usos y costumbres occidentales, a su falta de protocolo y orden, y sin embargo sigue mostrándose contigo absolutamente inmutable en cuestiones de disciplina y caracter, como si jamás hubiera abandonado el Japón más tradicional. Posiblemente, razonas, lo haga conscientemente en un intento de no permitir que olvides tus raices del Reino Medio.

• #Había una vez un hombre... -Notas en el tono meditativo que está a punto de contarte una de sus constantes parábolas- ...que afirmaba contar con una poderosa capa mágica, regalada por los dioses. Todos se burlaban de él, pero la llevaba a todas partes afirmando que le protegía de sus enemigos. En una ocasión, un grupo de bandidos pendencieros de la región le rodeó en un camino apartado, cuando el hombre bajaba al pueblo desde las montañas. Rapidamente, el hombre se cubrió completamente con su capa mágica, de modo que ni una sola parte de su cuerpo quedaba al descubierto, y quedó inmovil. Los bandidos comenzaron a golpearle, a darle puñetazos y patadas, y continuaron durante bastante tiempo, hasta que se cansaron de ello. Al detenerse, exhaustos, los bandidos se dolían de numerosas contusiones y torceduras en sus puños, manos, muñecas y pies. Asustados por el poder de la capa, se marcharon sin robar nada al poseedor de tamaño objeto mágico.
  
• Un buen rato después de que los bandidos marcharan, el hombre se quitó la capa de encima. Tenía el cuerpo destrozado por los golpes.#
  

Tu Sempai hace un silencio prolongado, probablemente para permitirte digerir la parábola y meditar sobre ella. Cuando comienzas a razonarla, ves un hombre entrar por la puerta del local con cara de pocos amigos. Sus ojos recorren el lugar demasiado concienzudamente, y está demasiado repeinado para ser un obrero de la zona como la mayor parte de la clientela. Sus ropas no son nada del otro mundo, pantalones de pinza y camisa de cuadros. Sin pedir nada, se sienta en una mesa cerca de la puerta. A través del crisal de la entrada, ves un pequeño corrillo de hombres de idéntica vestimenta, cuatro o cinco, quizás más. Una mirada a Manolo te revela su nrviosismo, aunque tu Sempai no se ha inmutado, y está degustando placidamente su vaso de te.

Aún con la parábola de tu Sempai en la mente, a sabiendas de que su historia encierra a ciencia cierta alguna gran enseñanza, tratas de pasar desapercibida y de mantener la compostura. Imitando a tu maestro, aparentas ignorancia ante lo hechos que acontecen, pero no pierdes detalle de ellos.

Varios de los hombres comienzan a entrar. Todos visten parecido: los mismos pantalones de pinza, similares camisas de cuadros o rayas, peinados escasamente modernos con raya a un lado. Gestos serios. Ves el miedo en los ojos de Manolo, incertidumbre en los de los demás presentes, que comienzan a levantarse de sus asientos a medida que los desconocidos se acercan a ellos en silencio y lo amedrentan con sus miradas y gestos amenazantes. Poco a poco se va vaciando el local, mientas uno de los desconocidos, el más joven, de apenas treinta años -los demás rondan entre cuarenta y cincuenta-, se apoya en la barra y clava su mirada en Manolo. Éste, instintivamente, aparta su mirada de la suya y te mira durante un instante, para apartar a su vez de tí su mirada asustada. Sin embargo, el desconocido parece haberse dado cuenta del gesto, pues centra su interés en tí.

• Mira que tenemos aquí... Clientela nueva ¡¡Y de tierras lejanas!! Jajaja...
  

Al escuchar las palabras del desconocido, Henshi se pone en pie. Su gesto es ta veloz, que piensas que va a enfrentarse a esos hombres. Pero nada más lejos de la realidad, se despide de tí con un saludo macial, para apoyar su mano en tu hombro y darte un par de palmadas, antes de girase y alejarse hacia la puerta. Incomprensiblemente, nadie se fija en él, es como si no estuviera ahí para nadie salvo para tí misma.

El hombre se acerca a tí con un gesto divertido y soberbio, y se apoya en la barra a tu lado, demasiado cerca para ser educado. Se queda ahí, observándote detenida y descaradamente de arriba a abajo, humedeciéndose los labios con la lengua en un gesto lascivo que detectas por el rabillo del ojo.

• Dime, pequeña ¿Te has perdido? ¿Quieres que te enseñe las verdaderas "atracciones" del lugar? Seguro que te gustará...
  

Acompaña su palabras con un gesto de su mano acariciándose la entrepierna, a lo que los demás hombres, sus compinches, responden con carcajadas al unísono, coreando ánimos hacia él. Ves que Manolo quisiera intervenir, pero el miedo no se lo permite. Echa un vistazo al teléfono que descansa junto a la caja registradora, pero hasta tú sabes que no le daría tiempo a marcar para avisar a la policía.

Sientes la mano del asqueroso acosador acariciando tu pelo. Un escalofrío recorre tu espada.

Risas maliciosas y generalizadas se adueñan del local, mientras los babosos de los compinches de tu acosador le animan a hacerte caso con frases tan grotescas y bárbaras como "venga, demuestrale a esa chinita como la tenemos por aquí" o "dale hasta que se le pongan los ojos redondos". El hombre, aunque en un principio pareció sorprendido de tu reacción, con los ánimos de sus compañeros parece crecerse en su actitud, y pone su odiosa mano en tu hombro, bajándolo hasta tu clavícula y, cuando casi reaccionas pensando que va a seguir descendiendo hacia tu pecho, regresa hacia arriba acariciando tu barbilla y después tu labio inferior. Reprimes una mueca de asco y tratas de mantener la fachada cautivadora y sensual, y seguramente lo logras, a juzgar por su expresión lasciva y sus palabras.

• El bar tiene un pequeño almacén atrás... -Dice ésto en un tono bajo, con complicidad y un burdo intento de parecer sensual, pero termina girando la cabeza y elevano la voz- ¡¿Verdad, Manolo?!
  

Manolo parece querer que se le tague la tierra. Le ves completamente sudado, con la respiración agitada y un rostro arrugado por el sufrimiento. No acierta a responder, y en su lugar solo logra desplazar nerviosamete su mirada del matón a tí, y nuevamente al matón. Piensas que, probablemente, en estos momentos tema más por lo que cree que van a hacerte que por si mismo. Pero es un pobre hombre, no un valiente ni un héroe, y sabes que no hará nada. Es incapaz de hacerlo.

Una mano en tu nuca te saca de tu ensimismamiento. El hombre te acaricia el cuello bajo tu larga melena, invitándote con la otra mano a seguir el camino de la puerta que da a los baños, la cual también dará al almacén por lo que has entendido. Mientras le precedes, puedes notar cómo una mayoría de sus compinches le anima nuevamente con más apreciaciones indecorosas, aunque poco a poco los ánimos comienzan a descender y a ser sustituidos por serias palabras hacia Manolo. Antes de que la puerta del almacén se cierre tras de tí y apague el sonido del exterior, logras escuchar algunas palabras.

• Tienes tres días para recoger y marcharte, Manolito. Porque dentro de tres días ésto será nuestro. Tenemos planes muy importantes, mucho más que tú y tu estúpido bar. No podemos darte más tiempo, hay mucho dinero en jueg...
  

Clonc. La puerta se cierra tras el cerdo que te ha llevado hasta allí. Te giras, tratando de mantener aún ahora tu máscara de seducción, y le ves toqueteándose la entrepierna con una mano, mientras su lengua asoma fuera de su boca acariciándose la comisura de los labios. Sabes lo que tiene intención de hacer, para lo que te ha traído a este oscuro almacén, no más que un pequeño cuarto cuadrado iluminado por un ventanuco y lleno de cajas de bebida y algunas sillas viejas.

La cuestión es: ¿Qué vas a hacer tú?

El primer vistazo que logras echar, con el hombre ya casi encima tuyo, deja al descubierto pocas armas que improvisar. Tu mano se lanza instintiva y silenciosamente hacia una caja de botellas vacías de cerveza. Cierras tus dedos en torno al cuello de la primera mientras el aliento del asqueroso matón acaricia tu mejilla y lo sientes con asco buscando tu cuello. Tu pantomima continúa con la otra mano acariciando sensualmente su cara, aunque por dentro ahogas tus ganas de vomitar ante la idea de mantener relaciones con alguien así. Sus labios ya están a punto de babearte el cuello, y un escalofrío recorre tu espalda...

Crash

Estampas la botella vacía de vidrio contra su cabeza, desde mala postura pero con todas tus fuerzas. Sientes como la botella se rompe al impactar, descompuesta en decenas de cristales afilados que comienzan a caer estrepitosamente al suelo, mientras el hombre se bambolea hacia atrás. Sin embargo, lejos de perder el conocimiento, el hombre se enfurece y se encara contigo mientras se sujeta la zona del impacto con una mano. Tu primer impulso es golpearle en sus partes nobles, las más dolorosas para un hombre, con la esperanza de dejarle, esta vez sí, fuera de combate.

Sin embargo, no llegas a golpear. Un impacto en tu cara te sacude y te hace perder el equilibrio y el aliento, cayendo estrepitosamente sobre las cajas agolpadas. Al levantar la mirada, con cierto dolor en el lado izquierdo del rostro, ves al hombre totalmente fuera de sí, respirando con fuerza y con los dientes apretados, al igual que el puño con el que te ha golpeado.

• ¡¡Puta!! Podrías haber pasado un buen rato por las buenas ¡¡Ahora lo vas a pasar por las malas!!
  

Ves cómo se quita el cinturón con rabia, y esa mirada lasciva vuelve a su rostro...

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OFF: Estado de salud Magullado (sin modificadores negativos, aunque te duele la carita)

Tomas tu decisión, llevada por la necesidad y quizás un toque de desesperación. No te gustan los métodos tan drásticos, pero el matón no te deja elección. Apelas al antiguo trato con el mundo de lo espíritus, las cuatro direcciones y tu herencia como descendiente de la Dama Blanca, y tu cuerpo comienza a tensarse.

El cambio es una experiencia infinitamente repetida en la vida de una Kitsune, pero no por ello deja de ser especial en cada ocasión. Tu cuerpo crece, tus músculos se alargan y ensanchan, toda tu estructura ósea busca un nuevo rumbo y cosasque antes no existían comienzan a aparecer: pelaje por todo el cuerpo, cubrieno tu fina piel; una larga cola de espeso pelo que surge de tu espalda, señal de lo poco que aún has avanzado en el camino del Wyrm original. Al mismo tiempo, tu fino rostro de jovencita humana va tornándose en la faz de una bestia de enorme belleza y mortal presencia: un enorme zorro.

Te sorprende a tí misma haber logrado alcanzar la forma Juko a tal velocidad, pero agradeces a los espíritus la ayuda otorgada en estos momentos de necesidad. Ojalá fuera siempre tan sencillo.

La reacción del matón no puede ser más efusiva. De amenazarte lascivamente con su cinturón, pasa en cuestión de segundos a apartarse hacia la pared trasera del almacén con rostro descompuesto. Notas, no obstante, que no suelta el cinturón, y que su otra mano busca desesperada otro arma que poder usar, mientras gimotea incoheencias en voz baja, sin atreverse a elevar la voz, posiblemente para no enfurecer a la besia que tiene delante.

Parece que las tornas han cambiado.

Tomas impulso con tus poderosos cuartos traseros, un impulso escaso debido a las escasas dimensiones del lugar donde os encontráis, pero suficente. Te avalanzas hacia él, que te mira con estupor y horror, la desesperación de enfrentarse a lo desconocido, de saberse por primera vez inferior a lo que se le viene encima.

Saltas, elevando tu enorme cuerpo por los aires. El matón hace un infructuoso esfuerzo por defenderse con una botella de cristal que ha cogido de una caja cercana, pero nisiquiera se acrca a golpearte.

Tú, en cambio, si que lo haces. Le golpeas en el pecho, con tus cuartos traseros, girando en el aire y aterrizando perfectamente sobre tus cuatro patas. Tu adversario impacta contra la pared, ya que tu impacto ha parecido más un poderoso empujón que un golpe en si mismo. Pero el impacto contra el muro parece dejarle KO. Ves algo de sangre en la pared, a la altura de su cabeza. El matón cae al suelo, inconsciente.

Y ahora que no tienes que preocuparte por él, te das cuenta de que ha visto tu verdadera forma. Algo que no puedes consentir. Pero ¿Que hacer ahora?

Ves una ventana a cierta altura. Es pequeña, y queda algo por encima de tu cabeza, aunque llegas con las manos a tocar su marco. Te subes a una vieja mesa de terraza que está justo al lado y, antes de darte cuenta de que el motivo por el que está guardada y no usándose es que sus patas andan algo sueltas, puedes ver por la ventana que da a una especie de patio trasero del edificio. Lo que no alcanzas a ver es si es un patio cerrado o con conexión a la calle.

Al bajarte de la mesa, escuchas las voces de los hombres que hay fuera. Inconcebiblemente, parece que están cantando. Una de esas extrañas canciones antiguas que has oído algunas veces a los viejillos que pasean de bar en bar tomando "txikitos". Bilbainadas, crees que las llaman.

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P.D.: Si tu intención es sacar al matón por la ventana, te advierto que va a ser complicado. Es un tipo grande, y la ventana es pequeña y está bastante alta. Necesitarás al menos 2 éxitos en una tirada de Fuerza + Atletismo.